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11 de enero de 2017

Mis poetas también son otros

Cargo a Enrique, el día completo. Mis brazos están hechos a su medida. Y el portátil debe tener un escudo protector invisible, que impide que lo abra, al menos, una vez al día.
Me duelen los poemas dentro, y luchan por irse de mí. Los voy dejando salir.
Qué idiota era yo, cuando procrastinaba sin motivo, el juntar unas letras con otras. No existía esta quemazón.
Ya es 2017.
Apenas he tenido tiempo de despedirme de 2016 como es debido. No lo he besado en los labios. No he abierto la ventana de casa, a medianoche, para liberar los días que ya no están.
No he hecho nada de eso.
Y quizás me siento en deuda con una parte de mí, desde hace tres meses y medio. Pero no me importa.

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Son muy peculiares las "personas trampolín".
Tienen la virtud (o la desgracia), de prestar ayuda e impulso a otras para que éstas salten, y alcancen ciertas metas, ciertos intereses.
En lo literario, y en la vida, abundan los saltadores profesionales, que, después de la inmersión, nunca vuelven arriba. Olvidan el salto. Olvidan la piscina.
 
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Mis poetas también son otros. Los de siempre. Los que están en mi biblioteca, y los que duermen en mis recuerdos. Y también, los que me rodean, y son los poetas a los que sí puedo llamar por sus nombres: Javier, Francisco, Hilario, José Luis, Piquero, Eva, Olga, Efi, Miguel, Víctor, Jesús, Ana Patricia, Itziar,...
Espero ser, alguna vez, un nombre de poeta para ellos.
 
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Hace unos días me enojé. Pero la poesía no es la culpable de mi frustración.
Quizás es la deslealtad, en toda su amplitud.
El abandono transitorio de los hábitos adquiridos con los años, y las nuevas circunstancias, que solo son adversas cuando se alcanza cierto grado de estupidez.
Lo siento. No volverá a pasar.
 




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