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4 de julio de 2016

Una mota de polvo más.

Subo a tender ropa a la azotea, y veo el mar a lo lejos, y el puente nuevo que lleva a Cádiz. Se intuye el pinar que se asoma a nuestra playa.
Los actos cotidianos, los más simples, me conectan la emoción más profunda. Me alejan del ruido.
Tender la ropa, las prendas de la casa y de mi vida ahora, prendida de alfileres. Y la vista perdida en un horizonte, o un recuerdo, que solo a mí me pertenece.

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Han sido días intensos. Una editorial nueva. Un libro nuevo. Amigos. Caras amigables. Palabras cariñosas. Piropos. Prensa. Brindis. Reconocimiento.
Una balsa de aceite. Océano en calma.
Y me repito como un mantra: todo va bien. A pesar del miedo. A pesar de la sed.


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Ayer, tuve un instante de tu luz en las manos. Volátil. Tenue, como permanece en la piel, el perfume de un amante, tras la despedida. Un recuerdo.
Y la cama, y la vida, huecas, igual que las calles al regresar de ti.
Qué difíciles son esos momentos de terrible vacío, de los que ni siquiera nos salva la poesía.


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Soy valiente.
Debo serlo.
Y camino con cinco años de vida de la mano, y unos meses de placenta y sangre, detrás del ombligo.
Camino, eterna, y convencida de la eternidad. Abrumada por el milagro.
Asustada siempre, en la medida justa. Y despierta....
Yo no sé nada de Dios. Pero a veces su aliento me muestra la ruta, y sus dedos abren la maleza. Calman sus labios el dolor.
Soy pequeña. Una mota de polvo más.
Pero soy valiente.
Debo serlo.


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